Arunda romana
(siglos II a.C. – VII d.C.)
Los primeros momentos de ocupación romana en el solar de Ronda son ciertamente inapreciables desde el punto de vista del urbanismo. La llamada época iberorromana, que comprende esencialmente los dos últimos siglos antes del cambio de era, diferirá bastante poco de la etapa anterior en lo que a organización urbana se refiere. Buena prueba del escaso grado de romanización alcanzado por el momento, en contraposición con lo que ocurrirá en la vecina Acinipo. Así, el desarrollo urbanístico alcanzado se mantendrá, sirviendo de base para el posterior surgimiento de la ciudad imperial.
Pero paradójicamente, la etapa iberorromana comenzará a mostrar lo que será tónica general de la Arunda romana; una documentación urbana reducida a zonas muy concretas de la acrópolis rondeña, limitadas a las terrazas más altas del escalonamiento oriental y al borde Este de la meseta superior. Continúa, pues, la consolidación de las terrazas altas como área residencial, que ya fueron objeto de ordenación urbanística en época ibérica. Sin embargo, la documentación de alguna actividad de índole artesanal, como es el horno de fundición de cobre sobre vasija de cerámica hallado en la citada manzana entre calle Armiñán y plaza Duquesa de Parcent, puede plantear la reducción del área residencial de cierta relevancia social a favor de una reocupación de la misma por una clase artesana que compatibiliza la actividad artesanal y residencial en el mismo espacio doméstico.
Así pues, el espacio residencial de la clase alta se circunscribe ahora a la meseta (el sector más llano y elevado), interpretación apoyada en la documentación aportada por la excavación de la Plaza de la Duquesa de Parcent (1997), en la que se hallaron los restos de la habitación de una vivienda del siglo II-I a. C. que contenía en su interior cerámicas finas o de lujo. Pero esta contracción no parece suponer la desestructuración de la trama urbana, que permanece inalterada a pesar de la posible reubicación de los estamentos sociales, hipótesis que todavía planteamos con las debidas reservas, hasta tanto no avancemos en la investigación.
Durante el Alto Imperio (siglos I-III d. C.) el mapa urbano de Ronda cambiará sensiblemente, si bien es cierto que éste se dibujará sobre algunas de las tramas trazadas con anterioridad. Según los datos arqueológicos de que disponemos, se experimenta un cierto retraimiento de la ciudad, que vuelve a centrarse en la ocupación de las partes más altas del cerro amesetado, aunque en esta ocasión tales lugares experimenten un aumento de la edificabilidad de su suelo, a través de la ampliación de las terrazas urbanas consolidadas en época ibérica. Reducción que no significará decadencia, al igual que en el caso republicano, ya que las viviendas documentadas presentaban determinados elementos de distinción social que mueven a pensar en la ocupación de las mismas por parte de una clase acomodada. Circunstancia esta, que quizá haya que poner en relación con la redistribución de fuerzas en el territorio, de la que saldrá beneficiada la ciudad de Acinipo.
Y que hablemos de clases acomodadas no sólo es debido a los tipos y tratamientos de algunos de los materiales que adornaban estas edificaciones, como los estucos policromados que recubrían sus paredes, cuyos restos han sido hallados entre los niveles de derrumbe, sino, sobre todo, a la envergadura de estas construcciones y a las infraestructuras que se les asociaban, entre las que destaca, con mucho, la red de agua potable. Por lo que sabemos, si bien es cierto que se mantendrán los elementos articuladores de la trama urbana, al menos a grandes rasgos, como lo fue la calle mencionada en época ibérica que habrá de pervivir hasta época bajoimperial, cierto es también que, en lo que se refiere a las construcciones, se experimentará una profunda transformación que afectará tanto a las formas constructivas (con potentes cimentaciones y alzados de sillares y sillarejos), como a las maneras de concebir los espacios, ambos de clara influencia “clásica”. Influencia que también se percibe en la conducción de agua potable por presión descubierta bajo la citada calle, cuyas características coinciden, casi a la perfección, con la descripción que para este tipo de infraestructuras ofrece Vitrubio en sus Diez libros de arquitectura, y que nos hizo replantearnos el sistema de abastecimiento de agua al asentamiento romano, ahora con mayores visos de parecerse a una ciudad, aunque pequeña, identificando el acueducto de la Fuente de la Arena y la Torre del Predicatorio como partes integrantes del sistema, lo que ha terminado de corroborarse recientemente.
De todo ello se desprende que las operaciones urbanísticas de mayor calado están estrechamente vinculadas al poder, ya que las mismas se convierten en su manifestación más evidente, o lo que es lo mismo, en el reflejo material del cambio producido en las élites y en sus formas de legitimación política y social, y que en el caso de Ronda, como en el de otras muchas ciudades, se reduce al centro neurálgico de la Arunda romana en el que se instalará el foro, los templos y algunos edificios importantes. De todos ellos, sólo hemos documentado arqueológicamente algunos restos significativos de estos últimos. Este centro quedaría definido en la topografía urbana actual por el triangulo comprendido entre la Plaza del Gigante, Plaza Duquesa de Parcent y calle Armiñán, aproximadamente, teniendo como límite occidental el tajo.
Este relativo auge durará hasta época bajoimperial, a partir del siglo III d.C., momento en el que empieza a producirse la transformación de las áreas urbanas consolidadas como resultado del cambio experimentado en las ciudades antiguas por la pérdida de influencia de los poderes municipales. Ello supondrá también un cambio en la funcionalidad de unos espacios que hasta entonces habían sido propiamente urbanos y públicos, y entre los que se abrirán grandes solares que pasarán a estar ocupados por necrópolis o por otras instalaciones de carácter semirural o ideológico de tipo privado, como es el caso de los enterramientos hallados en plaza Abul Beka o Mondragón, de la “villa urbana” del Callejón de los Tramposos, que incluirá como espacio abierto en sus dependencias el lugar que ocupara la citada calle, o de los restos de una iglesia paleocristiana junto a la iglesia de Santa María la Mayor.
La posibilidad, por tanto, de la sustitución de lo público y cívico por lo privado dentro del mismo ámbito urbano, y no sólo ya en el rural, muestra que la crisis no es únicamente de la ciudad como centro de organización territorial y control social, sino que afecta al propio sistema ideológico e institucional. Se ha sustituido el espacio de la ciudad como representación del poder y de la sociedad, por una ruralización del propio tejido urbano, en donde se dan cita los símbolos del nuevo poder, de corte feudal, basado en lo privado como universo social y económico, o en lo ideológico como expresión de una religión basada en el individuo y su papel en la escala social.
Este cambio, de larga duración, provocará la disgregación de la ciudad antigua de Arunda, que pasará a formar parte del nuevo modelo de poblamiento de marcado carácter rural. No obstante, la preservación de determinados elementos en el asentamiento vinculados con lo ideológico, como lo fuera la basílica paleocristiana descubierta en parte en la calle San Juan Bosco, en el costado occidental de Santa María la Mayor, le va a proporcionar cierto dinamismo; el suficiente como para mantener un reducido poblamiento que servirá de base para su posterior resurgir urbano, ya en época medieval.